LA LEYENDA DEL MURCIÉLAGO

 


LA LEYENDA DEL MURCIÉLAGO     

(TRADICIÓN OAXACA)









           



                                                                                                        

Según cuentan los antiguos, el murciélago era el pájaro más bello de todos luego de la Creación. En un comienzo, su apariencia era la misma   que tenía ahora,   aunque su  nombre era  biguidibela, palabra conformada por los vocablos “biguidi”, que quiere  decir mariposa, y bela, que quiere decir “carne”. De tal forma  que biguidibela podría entenderse como “mariposa desnuda” o “mariposa de carne”. En uno de los primeros días de la tierra, el murciélago ascendió hasta el cielo y le pidió a su creador que por favor le diera plumas, pues los otros animales que volaban las tenían —y muy hermosas, además—. Sin embargo, dado que el creado no tenía plumas para darle, le aconsejó que bajara de nuevo a la tierra y le pidiera una pluma a cada ave, para que así pudiera tener un plumaje de todos los colores. De tal forma que no sólo tendría plumas como los demás pájaros, sino que además tendrías las plumas más hermosas de todas.

El murciélago entonces descendió y, siguiendo el consejo de su padre creador, le pidió una pluma a cada ave. Terminado su recorrido, la biguidibela contaba con un plumaje lleno de todos los colores que envolvía completamente su cuerpo. Orgulloso de su belleza y magnificencia, el murciélago volaba de un lado a otro para que los demás pájaros pudieran admirarlo. Cada aletazo lo daba con felicidad y soberbia. Fue así que, una vez, creó el arcoíris luego de surcar el cielo. Sin embargo, con el tiempo su orgullo se fue transformando poco a poco en soberbia, al punto de que se volvió la más arrogante y ofensiva de todas las aves. Así, se la pasaba humillando a los demás pájaros con su vuelo y su hermoso plumaje, incluso al colibrí, quien le decía que una décima parte de su belleza era de él.

Entonces, cuando el creador vio en lo que se había convertido el murciélago, viendo que no utilizaba sus plumas para hacer felices a los demás sino para ultrajarlos y humillarlos, le solicitó que ascendiera nuevamente al cielo, pues necesitaba hablar con él. La biguidibela subió con su vuelo majestuoso, pavoneándose de sus bellas alas coloridas. Pero no se dio cuenta de que, a medida que subía, con cada aleteo que daba, se desprendía sus plumas una a una. De tal forma que, al poco tiempo, quedó nuevamente desnuda, igual que al principio. Las plumas cayeron entonces desde lo alto y fueron recuperadas por las aves que se las habían dado; mientras que el murciélago, avergonzado por su apariencia, se recluyó en las cuevas, ciego para no poder recordar lo hermoso que había sido tiempo atrás.






 

 LEYENDA DE LAS CATARATAS DEL IGUAZÚ





Dicen que dicen que ... para Iguá, el monte y la selva no guardaban secretos.
   Este joven guerrero del pueblo guaraní,  era sabedor de los peligros pero no les temía, gozaba al internarse en la espesura y explorar lo desconocido.
   Con el correr del tiempo su fama de intrépido explorador se acrecentaba y él, deseoso de aventuras se internaba cada vez más y más.
   En una de esas incursiones se adentro tanto que en su camino descubrió una exótica ribera bañada generosamente por un caudaloso río el cual nunca había sido visto antes, sin embargo lo que más lo impacto fue una bellísima joven que recogía caracolitos en la orilla.
   Era de tal hermosura aquella joven que él quedó prendado de ella y ya no pudo olvidarla.
   Desde aquel día, Iguá , cada vez que podía, recorría ese camino tan sólo para verla.
   Con el correr del tiempo se enteró que el nombre de la muchacha era Pora-sí y que era hija de un cacique.
   Lo que primero fue una amistad luego se convirtió en un amor apasionado pero Iguá también supo que el cacique jamás consentiría esa unión.
   Pora-sí debería contraer matrimonio con uno de los más fuertes y  poderosos guerreros que su padre  había elegido para ella.
   Sin embargo, ambos jóvenes estaban muy enamorados y aunque su padre lo ignoraba, no habían dejado de verse ni en un solo día en las últimas lunas.
   Los días transcurrían diáfanos y felices para ambos disfrutando uno de la compañía del otro.  Una  tardecita gris e invernal  Iguá encontró a Pora-sí  llorando desesperadamente, el  cacique, su padre, había decidido que con la llegada de los días cálidos se casara con el guerrero  a quien él la había prometido.
   Ante los hechos, ambos decidieron huir juntos, sin embargo, sabían que no les sería fácil ni a dónde  irían...
   Iguá sopesó la situación, si huyesen el padre de Pora-sí enfrentaría a la tribu de Iguá y seguramente correría sangre, él jamás aceptaría  perder a su hija sin luchar.
   La otra opción sería internarse en la selva profunda, algo a la que Iguá estaba sumamente acostumbrado pero él se preguntaba cuanto soportaría Porá-sí tan pesado viaje y la extrema soledad del monte.
   Tal vez, la más acertada decisión sería cruzar el torrentoso río que se extendía frente a ellos.
   Sin más que sus propias conciencias ambos jóvenes se tomaron de las manos llevando consigo muy pocas pertenencias y fueron en búsqueda de un lugar donde  poder cruzar          sin que la corriente los llevase a la deriva.
   El ingenio de Iguá era tan  amplio, como su habilidad. 
   Al llegar a la vera del río Iguá le encargó a Pora-sí  que cortase algunas lianas de las que abundan en el monte, él sin pérdida de tiempo, recolectó algunos troncos a los que más tarde  sujetó fuertemente con las lianas, en poco tiempo logró construir una pequeña balsa.
   Ya estaban  por finalizar la tarea cuando oyeron fuertes gritos, Pora-sí  reconoció el vozarrón de su padre, -¡es él!, vienen por nosotros-.
   Iguá no perdió el tiempo, lanzó la improvisada balsa al río y en un tris se apoderó de su amada cargándola en andas, con paso firme corrió y de un preciso salto trepó a la balsa, a la que  muy pronto el impulso del  agua la arrastro río abajo,  entonces Iguá remo con todas sus fuerzas , si bien estaban asustados, se sentían exultantes porque estaban  juntos y de alguna forma, sentían que el amor era capaz de vencer al odio, y si fuera necesario morir lo harían juntos.
   Los perseguidores no se daban por vencidos, trataban de alcanzarlos utilizando una copiosa lluvia de flechas.
   Pora-sí e Iguá se abrazaban de tal forma eran uno solo.
   Tupá , que por suerte había estado observando y de alguna manera comprendía y se compadecía, alzó su mano y en cada respingo que daba la balsa fue formando grandes barrancas  guiándolos  lejos del alcance de las flechas y cortándoles el paso a los guerreros que venían pisándoles los talones.
   Al fin se dieron por vencidos y como por arte de magia la balsa tocó la orilla contraria y se detuvo.
   Los jóvenes, ya en tierra firme, vieron con asombro que detrás de ellos se habían ido formando alucinantes cataratas por donde a sus perseguidores  les sería imposible pasar.
   Ambos agradecidos, le dieron las gracias a Tupá por haberlos puesto a salvo y prometieron cuidar ese amor para siempre.
   También  se dice que cuando de ese amor llegó el primer retoño y se lo llevaron a conocer al padre de Pora-sí, esta aventura paso a ser una anécdota porque en definitiva los padres siempre perdonan.  



LEYENDA DEL HORNERO


Dicen que dicen...
...los ancianos de una tribu guaraní, relatando una historia que más tarde se transformó en leyenda:
Jahé, era la única companía del más anciano de la tribu. Una vez Jahé salió de cacería y mientras perseguía a un carpincho, cansado ya de querer cazarlo se tendió sobre la costa del río con el fin de reponer fuerzas.
Durmió un largo rato. Al despertarse quedó extasiado al observar que de las turbias aguas emergía una joven de infinita belleza.
La muchacha sin percatarse que la miraban con paso presuroso se dirigió a su choza.
Jahé quedó prendado de la hermosa muchacha con su corazón encendido de amor.
Claro que Jahé no era el único enamorado, ya que muchos aspiraban a ser elegidos por la indiecita. Entonces decidieron competir por ella. Aguará era el mayor contrincante de Jahé.
Todos los contrincantes fueron envueltos en cueros frescos pertenecientes a los animales de la selva y así ataviados fueron dejados bajo el abrasante sol de la selva. A medida que el Sol calentaba los cueros, estos se contraían y los pretendientes uno a uno iban desistiendo de sus intenciones.
Solo Aguará y Jahé quedaron confrontándose.
Al poco tiempo, Aguará gritó que lo sacaran de aquella espantosa prisión y todos fueron a socorrerlo olvidándose del pobre Jahé.
Cuando cayeron en cuenta de su olvido todos fueron a proclamarlo ganador y vieron atónitos que de la encogida piel que poco antes contuviera el cuerpo de Jahé, escapó un pequeño ave que sobrevoló el lugar, posándose en una rama del árbol mas próximo.
Todos comprendieron que ese era Jahé, a quien el sufrimiento de su prisión ahora lo había hecho libre para siempre.
La hermosa indiecita comprendió entonces, cuan inmenso era el amor que Jahé le profesaba y le pidió a Tupá que la transformara en su fiel compañera.

Pronto los dos convertidos en pájaros armaron su nido de paja y barro, como hasta hoy lo construyen sus descendientes.